jueves, 5 de enero de 2012

Sixto Nolasco y su carismático perro Dior

“Mira… él no es un perro, es mi hijo”, dice Sixto Nolasco mientras el animal, pequeño y altivo como un rey, entra al parque acuático exclusivo meneándose, sin siquiera voltear. Es fin de semana de verano en Santa Cruz y Aqualand luce así: una fila de grandes y chicos con poca ropa esperando el turno para entrar, un estacionamiento abarrotado de vehículos de lujo expuestos al inclemente sol, jardines, piscinas azules grandes, chicas, medianas, otras más grandes, más piscinas, una isla-bar en una piscina. Tres toboganes gigantes, también abarrotados de desesperados críos por subir la adrenalina, baldes que derraman agua cada cinco minutos y sol. Sol abrasador, sol furioso, sol de trópico. “Usted tiene suerte, señor Nolasco. Es la primera vez que dejamos entrar a un perro”.

Dior camina casi de puntillas, enfundado en un traje de baño. Su comportamiento, acorde a su alcurnia, es intachable. No ladra, no se asusta al ver tanta gente, no corre como cualquier otro perro. Es una ‘celebrity’. Cuando la gente se le acerca, menea la cola recortada y se deja mimar por propios y extraños. De tanto en tanto, lanza un lengüetazo de agradecimiento, pero nunca pierde la elegancia.

Hace exactamente un año y ocho meses, Sixto Nolasco estaba en Miami, Estados Unidos, deprimido por la muerte de su madre. Un amigo psiquiatra le recomendó comprar un perro para derramar todo el cariño que –le dijo- tenía para dar. Él lo pensó. Ya había tenido dos mascotas y no quería volver a sufrir cuando murieran, pero decidió que era lo mejor.

El elegido en realidad era un Coocker Spaniel que se llamaría Snicker. Era marrón como el chocolate y estaba en la tienda de mascotas, sentado esperando a que alguien lo viera. Al lado estaba otro perrito gris, un Schnauzer acurrucado y hecho un ovillo, durmiendo. Sixto prometió volver para llevarse al Coocker, porque en ese momento no tenía el dinero.

Al día siguiente el cachorro gris estaba despierto. Sixto pidió alzar al Coocker y empezó a jugar con él, pero lo sintió frío. Luego pidió al otro y aquello fue una fiesta. El animalillo se le lanzó a los brazos y empezó a lamerlo, a jugar.

Entonces supo que en realidad no es el amo el que escoge al perro, sino el perro el que escoge al amo. “Estaba tan lindo, duro y elegante como una cartera de Christian Dior, por eso le puse el nombre”, recuerda.

Martes de invierno soleado en Santa Cruz. Otra vez una piscina, esta vez pequeña, con una palmera en una esquina. Vestido con un traje de mezclilla azul marca Hocico –como todos los que luce- Dior aparece por una puerta de vidrio negro, serio, con la barba crecida y la mirada altiva. Detrás llega Sixto, con gafas para sol y camiseta pegada al cuerpo. “Di, siéntate acá”, ordena y el can posa sus ancas sobre la silla blanca. Su educación no dura mucho. Pronto se levantará y saltará a la mesa, bajará como si sólo él fuera el dueño del mundo y dará vueltas por todas partes hasta cansarse y quedar como una estatua al lado del amo.
Cuando era pequeño –dice su padre- obedecía en todo. Ahora en cambio se siente independiente, grande. En el Hotel Royal de Santa Cruz, donde Sixto vive en un departamento, ya todos están acostumbrados a Dior. La única regla dura es que no debe entrar a la cocina. Después, disfruta de atenciones de los empleados que incluso lo sacan a pasear cuando el amo se va de viaje. Su rutina es sencilla: se levanta, sale a dar unas vueltas por el residencial barrio de Equipetrol, hace sus necesidades (las que por cierto Sixto levanta con bolsitas plásticas) y vuelve a casa.

Desayuna dos cucharadas de cereal sin azúcar, media cuchara de yogourt y retazos de piña. Su platito de plástico ahora está vacío, por lo visto a él le gusta esa dieta. Almuerza alimento balanceado y en la noche, dos o tres veces por semana, cena pechuga hervida, cortada en pedazos. Muy pronto cruzará con su novia, una Schnauzer cien por ciento pura como él, así que Dior empezará a comer proteínas, “para prepararse”.

Dos veces por semana –lunes y jueves- va al Club de Mascotas, donde se baña y le recortan el pelo: muy corto en el cuerpo y la cola, y mechones largos en las patas.

Le cuidan las cejas y la barba, característica de su raza. La veterinaria que allí le atiende es su tía y él ya está acostumbrado a su rutina. A papá no le gusta que huela mal ni que tenga parásitos, porque duerme en su cama. Y pareciera que él lo sabe porque se pasea orgulloso, sin causar incomodidad en los huéspedes. Hoy por ejemplo se ha acercado a un grupo de empresarios encorbatados que hablan en una mesa cercana. Y ninguno se molesta o le hace cara fea.

Sixto se ocupa de que él no se quede más de cuatro horas solo. Si aquello sucede, hay seis empleados que se ocupan ya sea de su alimentación o de sacarlo un momento de la esquina, donde tiene su cama: un espacio azul pintado con unos perritos caricaturescos parecidos a él. Quizá sus días más felices son los sábados, que sale casi todo el día con papá a la peluquería y se deja alzar y acariciar por delicadas manos de clientas ‘chick’.

Noche de glamour cruceño. Por la alfombra roja pasarán las celebridades que viven en la ciudad de los anillos. Sixto Nolasco está invitado junto a Dior. Ambos llegan y bajan de una limousina. El Schnauzer sabe que debe posar para las fotos. Se para, mira a todos lados, mientras la gente le grita y se emociona. “Él se preparó desde muy chiquito para ser una estrella, es como si se hubiera programado, como yo me programé cuando era niño. A él no le molestan las cámaras y sabe cómo pararse cuando van a fotografiarlo”, dice Sixto.

De vuelta a la piscina del hotel, pareciera que Dior sabe que no está ante tanta gente o por lo menos que no hay gente famosa alrededor. El amo le ordena que pose para que le tomen fotos y él no quiere. Se va tras él y cuando le cierran la puerta pone cara de tristeza, y se sienta a esperar que le abran.

Muchas veces le han pedido que sea la imagen del algún producto, pero Sixto no quiere. Dice que no le gustaría comercializar con él, salvo que la ganancia fuera a una obra de beneficencia. Y Dior está de acuerdo. Tal vez por eso algún domingo que no sale a pasear al mariposario o a otro lado con su amo, va a un hogar de niños. Al verlo, los pequeños se alegran y lo agarran, como si fuera un juguete. Él no se molesta, es más, sabe para qué está ahí. “Hay una niña que es cieguita a la que yo le digo Miss Bolivia, ni bien escucha mi voz, sale corriendo a buscar a Dior, para abrazarlo”.

Científicamente, un perro vive entre 12 ó 15 y aunque a él le falta mucho para llegar a esa edad, Sixto ya se prepara para ese momento. “Yo lo único que pido a papá Dios es que no sufra y que no tenga yo que hacerlo dormir”, dice. Dos veces ya estuvo internado y una de ellas estuvo a punto de estirar la pata. Se comió el relleno de un peluche y se le hizo una bola en el estómago. Tuvieron que operarlo y estuvo varios días delicado. Otra vez, le salió un granito en el labio, algo que una ‘celebrity’ no puede permitirse. Su dueño se puso una lámpara en la cabeza, para que él no se sintiera mal con la que le tocó llevar varios días.

Y es que si hay algo que no soporta Dior es salir mal vestido. En su pequeño guardarropa hay dos trajes de baño (uno de ellos es un bikini que luce en verano), 15 camisetas, nueve abrigos de piel y cuero, tres sombreros, cuatro bufandas y pijamas. Un día le regalaron un impermeable de plástico, tal parece que a él no le gustó y se negó a salir de la habitación hasta que se dieron cuenta del ‘look’ y se lo sacaron. “¡Mira! ¡Dior tiene vergüenza de salir mal vestido!”, le dijeron a Sixto.

Muy pronto el presentador de ‘No Somos Ángeles’ abrirá un negocio al estilo Hollywood, donde venderá ropa exclusiva para que el amo y la mascota combinen la vestimenta, por eso el can no debe engordar. “A mí me preocupa que mi asistente se lo lleve a su casa cuando yo voy a estar fuera muchos días, porque me lo devuelven gordo y él no puede estar así, imagínate”, dice.

Dior se toma muy en serio su papel. Estos días saldrá en el programa de chismes y farándula presentando notas del Miss Universo, en un segmento llamado ‘Dior News’. Ya tiene la indumentaria lista y la postura perfecta. Quizá lo único que le falta para ser “ideal” es que se le note la sonrisa de la que habla la revista Science, que en 2009 señaló que los animales también se ríen. Claro, él no es un animal, “es mi hijo y con él, no me siento solo”.

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